Desde hace tiempo he querido divulgar esta suerte de análisis de una anomalía que vive dentro de nuestro movimiento musical. En los últimos años, quizá unos diez para ser más concretos, hemos visto la creación de cultos gravemente destructivos en torno a nuestra escena y equivocadamente hemos pensado que eso no nos afecta porque somos un “movimiento” que paga tributo a la felicidad de la “fiesta”. Lamentablemente la situación empeora por el aumento de las guerras virtuales que surgen casi por todo. Muestras de lo mencionado son las guerras: del Sync, del vinilo, del EDM vs Techno, de “amigocracia” ( o “drogacracia”) vs meritocracia, Technics (de 4000 dólares) vs controles, del UDM vs underground, la charrasca vs House/Techno, el House vs el Techno, de la franela negra, de la franela negra larga, de la rosca, etc. Lo más asombroso es que se ha convertido en algo más notable que el arte, la tecnología o la pasión combinadas. El mainstream y el underground ya no son tendencia. Señoras y señores, bienvenidos al haterground.
La cultura dance venezolana no es hermética y, como toda corriente cultural, se ve perturbada por la realidad social del país. En ese sentido, no es cosa de espanto ver como ahora existen “odiadores” de oficio que, en muchos casos, tienen oficinas abiertas 24/7. Algunos están haciendo lo mismo que hacen en la política, el deporte y la religión: asumen bandos, crean pandillas de bravucones e inmediatamente obliteran al contrario. Podríamos estarnos convirtiendo en fanáticos locos en lugar de amantes de la música.
Ser una persona crítica necesita de mucho estudio, porque para la evaluación se requieren de un conocimiento mínimo, o básico, del arte que se observa. No se trata única y exclusivamente de embarcarse en una irrupción bélica de la mente de otras personas. No debería ser un ataque abrumador y fulminante, por el contrario la idea de un especialista útil en cualquier materia es la de evitar, a toda costa, la propagación de las malas costumbres, de la divulgación del proceder erróneo, por medio del uso de la educación y la inyección de mejoras en sistema infectado.
En el haterground, como en otros absurdos sociales, existen varios actores; o más bien personajes bufos. En primer lugar está el líder. Este guía es el sujeto que, aparentemente, es cool y por eso recibe el derecho, casi divino, de señalar destructivamente todo. Es una suerte de mesías no invitado que jamás vino a aportarnos nada, arribó solo para detestar todo lo que ve porque simplemente no cumple con los requerimientos esenciales de su estándar auto-declarado como superior. Es una persona (o ente) erradamente supervalorado que, bajo una apreciación objetiva, no logró nada y si lo hizo, fue probablemente sin mérito propio. Es como un líder de secta que lleva a sus discípulos al suicidio. Pero como dicen por ahí, que es más loco el que le cree al loco, es también importante analizar el rol de los seguidores, multiplicadores y distribuidores de odio. Suelen comenzar sus comentarios con una frase irreflexiva que reza así: “mejor dicho imposible” o “eres tu”. Y, casi nunca poseen un juicio propio que les permita ver que solo se hacen eco de algo inútil y tóxico. Muchas veces, un seguidor del haterground espera figurar, entrar por sobornos emocionales a la misma rosca que odian, la aprobación del líder (que nunca aprueba nada), pero jamás se da cuenta que se adentran a un ambiente social vicioso sin sentido.
Los efectos del haterground son letales para la escena que tanto queremos. Primero que todo nos agota porque se invierte demasiado en destruir y luego nos quita las ganas de crear. Segundo, apuesta más al reciclaje de ideas que a la producción de nuevos pensamientos que nos impulsen como comunidad heterogénea nacional orientada a trascender de forma positiva. Una de las consecuencias más preocupantes es la de creer que ya no tiene sentido seguir trabajando en pro de la música nacional y por lo tanto es mejor dejar morir todo.
El miedo a ser criticado (destruido) sin sentido ha mermado la cantidad de cerebros innovadores; los ha vuelto tímidos. Eso hace que me pregunte: ¿Qué estamos logrando con tanto amor al haterground?
Lo negativo es que esta ideología de antipatía se difunde velozmente porque esta alimentada por el morbo de la desgracia. Es como una epidemia. Su fuente de energía es esa debilidad que tenemos como seres humanos de ver como reducimos al contrario mientras lo desmembramos públicamente. Lo positivo es que las cosas buenas siguen llegando y son imparables. Lo productivo es comenzar a ver las cosas de forma objetiva, convertirnos en seres profesionales que se educan a través de la investigación amplia y profunda de todo aquello que ignoramos, pero que necesitamos dentro de la escena. Lo ideal sería dejar de seguir falsos profetas de odio y lo mejor sería renunciar a participar en cacerías de brujas para poder resaltar lo mejor de nosotros y de los demás.
¿Crees que el haterground no existe?
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